LA ANTIGUA VIRGEN DE LOS DOLORES DE LA HERMANDAD DE PADRE JESÚS DE RONDA O EL PATRIMONIO OLVIDADO.

                A través de la espléndida fotografía  de Rafael Martín conservada en una colección  particular rondeña, y por razón del oportuno análisis artística de la pieza, puede concluirse sin miedo a equivocarnos que la talla mariana de referencia era la obra más importante de las atesoradas en la popular iglesia y, sin duda, una de las destacadas en el panorama escultórico rondeño que se conservó hasta el primer tercio del siglo XX. En este sentido, podía equipararse  a imágenes marianas de la categoría de la Virgen de la Paz –en la iglesia de San Juan de Letrán-, la Virgen del Mayor Dolor –en Santa María-  y la Virgen del Patrocinio –en las franciscanas del barrio-.

Sea como fuere, nos encontramos ante una escultura de candelero que presenta únicamente talladas cabeza y manos. Marcado por una expresión de dolor contenido y circunspecto, el rostro de la Dolorosa acentúa desde la serenidad aquellos rasgos más perceptibles que mueven el ánimo sensible del espectador. Así, el reflexivo sufrimiento de María se ve intensificado aquí mediante la acentuada ondulación de las cejas al fruncir levemente el ceño, la boca entreabierta que permite vislumbrar dientes y lengua y, sobre todo, unos característicos ojos almendrados de abultados párpados que denotan las marcas  inconfundibles de quien llora desconsoladamente. Todo ello, condicionado a la evidente inclinación lateral de la cabeza y la mirada baja de abstraído y meditabundo gesto. Por su parte, las carnosas manos de la escultura extienden los dedos con delicadeza, juntando levemente el anular y el corazón, y desplazando hacia atrás el meñique, en pro de esa actitud de dolor interiorizado que se quiere transmitir. Estas características, junto a los volúmenes redondeados de su fisonomía, retrotraen la factura de la obra a finales del siglo XVII y principios del XVIII, pudiéndose circunscribir a talleres de esculturas sevillanas muy cercanos a la figura de Pedro Roldán. Efectivamente se encuentran ciertas similitudes formales y estéticas con la producción de su hija Luisa Roldán –popularmente conocida como “La Roldana”-, en especial con las esculturas del Nazareno y la Dolorosa que ejecutó hacia 1697-1701 para el convento de religiosas franciscanas de Sisane (Cuenca).

Ni que decir tiene que el aderezo de la Virgen no desmerece en nada la calidad de la obra escultórica. Con un sencillo tocado de algodón blanco colocado de manera natural, se resalta el expresionismo de la imagen al facilitar sobre el rostro un  misterioso juego de luces y sombras. Esta misma tela hace destacar, a la vez, las numerosas joyas que presenta en el cuello y manos. Tales alhajas responden al ofrecimiento que solían hacer las familias nobles y burguesas en la década de los años veinte del siglo XX a aquellas imágenes marianas de elevado fervor popular a la hora de conmemorar, con las galas que se merecía , los eventos y celebraciones religiosas más relevantes. Por ende, los colgantes, collares y anillos de oro, dimanantes y perlas preciosas, servían para engrandecer la presencia de la escultura de cara al pueblo, demostrar el poder de ostentación de las familias más pudientes y exteriorizar el nivel de influencia de éstas últimas sobre la imagen y hermandad en cuestión. Por último, dos piezas artísticas de considerable factura demandan poderosamente la atención del espectador al observar la fotografía de referencia. Bordado de oro sobre terciopelo negro, el manto de la Virgen de los Dolores ratifica las características propias del bordado decimonónico al exponer, según puede verse, un complicado entramado de tallos vegetales, flores y tornapuntas de elegante disposición, estrecho perfil y considerable espacio ente motivos. Este manto de capilla no debe confundirse con el que compró la hermandad en este mismo tiempo –junto a su correspondiente palio- a la Archicofradía Sacramental de Pasión de Sevilla para exhibirlo en el paso procesional durante la estación de penitencia. En cambio, la corona en plata del siglo XVII se estructura a través de una voluminosa canasta envuelta de un resplandor donde se disponen las doce estrellas características alusivas a la mujer apocalíptica. Por lo demás, su decoración se halla compuesta principalmente de rocallas, elementos vegetales, espejos y listeles perlados. Desgraciadamente todo lo que aparece en esta fotografía fue pasto de las llamas, se vendió o extravió durante los sucesos de la Guerra Civil española para desconsuelo de sus devotos e infortunio del rico patrimonio artístico de Ronda.

(Información extraída íntegramente de la Revista "Mayordomo" de la Cuaresma 2005)

 

 

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