Ronda la de ayer en su Semana Santa.

 

Narración del Sr. Vázquez Otero, en 1734, de lo hechos ocurridos a la salida de la Estación Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

 

Tiene lógico encaje en esta página dedicada a la Semana Santa la narración de algún sucedido o la consideración de algún aspecto de estos días santos de la Pasión Cristo en tiempos pasados de nuestra ciudad.

Entre todas las procesiones que en Ronda hacen su desfile procesional figura a la cabeza de todas, por todos conceptos la de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Por su profunda devoción popular, que data de muchos años, por el espíritu que siempre ha animado a sus cofrades y por el ambiente penitencial que la rodea, ha hecho que su paso por las calles de nuestra ciudad en la noche del Jueves Santo deje una nota de sincera piedad hacia el Salvador en ese sublime y trágico episodio de su caminar hacia el Calvario con el madero de la Cruz sobre sus hombros.

Desde hace muchos años, hace su salida esta procesión en la noche del Jueves Santo; más en tiempos pasados iniciaba su desfile en la mañana del Viernes Santo.

Allá por los remotos años de la segunda mitad del siglo XVIII y en un Viernes Santo antes de la salida de esta procesión ocurrió en Ronda un tremendo suceso que vamos a relatar.

Regía por aquellos años nuestra ciudad un Corregidor, llamado D. Miguel de Salamanca Quiñones y Pimentel, que dotado de de magníficas dotes de gobierno, era su continua preocupación el bienestar de los habitantes de la ciudad que le había tocado mandar. Celoso del orden público, todas sus medidas y disposiciones tendían a que por nada se alterase esta paz general.

Una de éstas órdenes y con el antedicho fin, preceptuaba de un modo riguroso el que los penitentes en Semana Santa fuesen con el rostro descubierto desde sus domicilios al templo de donde saldría la procesión de que eran cofrades; sólo permitía el antifaz echado en el desfile de la misma.

Uno de estos años y en un Viernes Santo y sobre las once de la mañana, ya que a las doce tenía su salida la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, estaba el Corregidor , rodeado de sus agentes, entre la muchedumbre que llenaba las calles Santa Cecilia y Real en espera de la salida de la procesión. Todo iba normal, los penitentes, que no cesaban de llegar, venían todos con la cara descubierta, medio de poder lograr su identificación, que era lo que pretendía la orden de nuestra primera autoridad.

Cuando mayor el movimiento de personas y devotos del Señor, se vio bajar por el comienzo de la cuesta de la calle de Santa Cecilia, cerca de la iglesia, a un penitente que con paso decidido se encaminaba hacia el templo llevando la cara tapada con el morado antifaz de la Cofradía.

El Corregidor le vio venir y saliéndole al paso, abriéndose camino entre el bullicio, se llegó a él y con gesto airado al par que le tiraba del antifaz le dijo:

-¿No he mandado yo que esto no se lleve?

El penitente paró en seco su caminar y sin pronunciar palabra, con una rapidez inesperada, dio unos pasos atrás y sacando un puñal se lanzó veloz contra el Corregidor, clavándole el arma en el pecho, dejándole muerto en el acto.

La confusión fue terrible. Unos acudían al Corregidor, que cayó al suelo, desangrándose; otros hacia el asesino, que con toda rapidez logró soltarse de los que le habían cogido y levantándose el antifaz dijo con aire altanero:

-Que no se culpe a nadie de esta muerte. Yo soy solo el autor, don Juan Lasso de la Vega no permite insultos.

Dicho esta frase, logró escabullirse entre la multitud y salir corriendo hacia la calle Real, sin que pudiese ser detenido.

Aquella noche de este día nos dice la historia que el asesino, conocido aristócrata andaluz, la pasó oculto bajo los negros paños que cubrían el severo túmulo que en el templo de los Trinitarios, en la calle Real, se había levantado, para sobre él colocar el cadáver del corregidor asesinado.

El señor D. Juan Lasso de la Vega, ayudado por su amante logra huir a San Roque y Algeciras terminado en las galeras de Ceuta.

Aquel año la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno desfiló por las calles de Ronda con más fervor si cabe, ante la consternación de los rondeños por tan execrable crimen.

                                                                                              E.P.S

 

 

 

 

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